Cierto día Omar (ra) entró en silencio en la habitación donde el Profeta (sws) descansaba. Miró a su alrededor y vio un trozo seco de cuero colgando del techo, unos pocos kilos de cebada dentro de un saco, un puñado de hojas de árbol junto a la pared y sobre el suelo, una estera de junco ordinario tejida con fibras de dátiles en la que el Profeta Muhammad (sws) dormía. Comenzó a llorar delante de él y el Profeta (saws) se despertó con sus sollozos. Al levantarse, Omar (ra) observó que la estera de juncos había dejado marcas sobre su cuerpo y la sangre se había juntado alrededor de estas marcas, provocando que sus sollozos fueran mas fuertes mientras los hombros se le estremecían. El Profeta Muhammad (saws) le preguntó con sorpresa: -¡Oh, Hijo de Hattab! ¿Por qué estás llorando? -¡Oh Mensajero de Allah! Mientras los Iraníes alojan a sus emperadores en palacios, mientras los Bizantinos arrullan a sus Césares en el lujo y la magnificencia, tú que eres el enviado de Allah... ¿no podrías permitir que nosotros...? El propósito estaba claro, pero el Mensajero de Allah interrumpió las palabras de su futuro califa con una suave sonrisa y una noble acción de su mano, mientras recitaba el verso: “Esta vida de aquí no es sino distracción y juego, pero la Morada Postrera, ésa sí que es la Vida. Si supieran....” [29:64] Y agregó: -¿No querrías, Oh Omar, que este mundo fuera suyo, y el otro nuestro?
(Fuente: libro el profeta Muhammad (sws) como persona, Llegar a Conocerlo, a Amarlo)